(Palacete del Conde de Moriles. Paseo de la Castellana, 35. Desaparecido)
Hace apenas dos siglos lo que ahora conocemos como Paseo de la Castellana, una de las arterias urbanas más importantes de la capital, fue un frondoso bosque en el que se alineaban los árboles en filas de a nueve dando sombra al manantial de aguas más “ligeras” de Madrid, la fuente de la Castellana, sita en la actual plaza de Emilio Castelar. El aumento de la población, de 200.000 habitantes censados en 1846 a los casi 300.000 en 1868 obligó a tomar medidas urgentes para efectuar un ensanche en la ciudad, rodeada por la cerca mandada construir por Felipe IV en 1656, derribando ésta misma y dando salida a cuarenta y dos calles que partían del centro, entre ellas el Paseo de la Castellana.
En el proyecto que el Gobierno encargó a Carlos María de Castro se hizo una división de la ciudad “en áreas diferenciadas según fuera la posición y medios de fortuna de sus habitantes”. La zona industrial fue situada en el Sur, los barrios obreros quedaron al Norte y al Este de la ciudad, a la mediana burguesía se le adjudicó el Barrio de Salamanca y la aristocracia fue ubicada entre la calle Almagro y el Paseo de la Castellana. Madrid quedó dividida entonces en Casco Antiguo, Ensanche y Extrarradio. Y el Paseo de la Castellana se convirtió así en el eje de conexión entre las tres zonas.
(Palacio de Xifre. Derribado en 1950)
Las riberas de aquella fontana sombreada por árboles fueron urbanizadas a partir de 1807, y en 1830, el arquitecto Mariátegui trazaría andenes para paseantes a pie, así como terrizos. Por ellos y a partir de la segunda mitad del siglo XIX pasearían calesas y berlinas con lo más florido de la nobleza cortesana y trotarían caballos montados por los nuevos “aristócratas del dinero”, surgidos de la banca, el comercio y el ferrocarril, que eligieron el eje Recoletos-Castellana para levantar sus palacios y hoteles. El denominador común de estos palacetes fue su carácter aislado, lo que permitió poder rodear las edificaciones con jardines. Todos alineaban su fachada principal al Paseo de la Castellana, separada de éste, en la mayoría de los casos, por una verja y un jardín, localizándose en la parte posterior las cuadras y las caballerizas. Solían tener tres plantas separadas por impostas. Sus sótanos eran habitados por el servicio y ocupados por las cocinas y los lavaderos; la primera planta alojaba un amplio salón, casi siempre de baile y doble altura, más comedor, sala de billar y otras salas de recibo. La segunda planta, accesible por escalera principal y de dos tramos, se desplegaba en galerías sobre las que se disponían dormitorios, tocadores y gabinetes. La tercera planta alojaba mansardas, terrazas o balaustradas siempre enmarcando el escudo de piedra con los blasones de sus propietarios.
Las primeras construcciones fueron el palacio de Bruguera, derribado en los años setenta, y el de Indo, donde luego se ubicaría el palacio de Montellano. Los 28 palacios y palacetes dispuestos entre el paseo de Recoletos y el de la Castellana, fueron las más opulentas mansiones de España, en cuyos salones se forjaría la historia político-económica de aquel tiempo. En uno de estos palacios se celebraría la última de las grandes fiestas de aquella extinta corte, la puesta de largo de Rocío, hija de los duques de Montellano, en 1954. En el Paseo de la Castellana permanecían en pie a comienzos del siglo XX unos 35 palacetes, de los cuales en la actualidad sólo quedan ocho. Bancos, hoteles y embajadas los desplazaron a partir de entonces.
(El Palacio de Medinacelli, con la estatua de Colón en medio de la rotonda del Paseo de Recoletos, en una foto )
Fue la Castellana el corso aristocrático en el siglo XIX, paseo de peatones de moda hasta la guerra, escenario de carnaval, de juras de bandera y de desfiles militares, así como lugar de reposo y de juegos infantiles. Desde el Hipódromo, inaugurado en 1878 en lo que ahora son los Nuevos Ministerios hasta el Paseo del Prado e incluyendo los construidos en los barrios vecinos de Salamanca y Chamberí se calcula que la arteria madrileña tuvo más de un centenar de palacios de diferentes estilos: desde neorrománicos, como el de la hoy iglesia evangélica Alemana, en el 6 del paseo, hasta neogóticos, con sus ventanales de gabletes abocinados; renacentistas, platerescos o mudéjares, singularizados por aleros de maderas nobles, artesonadas y de vuelo ancho. Uno de los palacios más importantes fue el del banquero Juan de Aguado, luego llamado de Anglada y más tarde adquirido por el marqués de Larios, situado sobre más de 6.000m2 de la pequeña loma donde hoy se alza el hotel Villamagna. En su interior llegó a tener un patio igual al de los Leones de la Alhambra, 70 columnas de mármol de Carrara, baños pompeyanos y otros lujos que lo convirtieron en una de las mansiones más suntuosas de España.
La Casa de América ocupa hoy uno de los más vistosos palacios de la Castellana, el de Linares, construído por Carlos Colubí. Pero sin duda, el que marcaría el standard de belleza palaciega no sería otro que el edificado por Narciso Pascual en 1859 por orden del Marqués de Salamanca, en el paseo de Recoletos.
“Mi deseo con ‘Los palacios de la Castellana’”, dice Felipe Diaz de Bustamante Loring, alma mater de este libro, “es el colaborar para que nunca más se vuelva a producir una destrucción así. Siempre se tiende a disculpar y justificar las actuaciones pasadas cuando se enmarcan en su contexto histórico, la cultura de la época, la escala de valores de la sociedad y el momento que les ha tocado vivir, pero dudo que se ajusten estas razones al caso que describimos ,dado que la mayor parte de la desaparición de estos palacios se produjo en la segunda mitad del siglo XX , cuando pensábamos que la sociedad próspera de la posguerra estaba ya educada y sensibilizada en la conservación de un patrimonio tan importante como el que tratamos. Es cierto que siempre puede haber una razón superior basada en el interés social y general. Ese pudo ser el caso del Banco de España que para su edificación y posterior agrandamiento hubo que derribar 3 magníficos palacios y sus respectivos jardines, pero desde luego no es el caso del resto de actuaciones que se produjeron en su entorno. Se dice que la desaparición de estos palacios significó una de las mayores destrucciones de un patrimonio urbanístico acaecido en una capital Europea fuera de un periodo bélico.”
Título: Los palacios de la Castellana
Autor(es): Autores Varios
Editorial: Turner
Encuadernación: Tela con sobrecubierta francesa
Dimensiones: 24 x 30,5
Páginas: 288
Idiomas: Español
Precio: 70,00 €
Prologado por el arquitecto Antón Capitel, y con textos del profesor Ignacio González-Varas, Los palacios de la Castellana cuenta por primera vez la historia de esos palacios: quiénes fueron sus arquitectos, sus diferentes propietarios, qué usos tuvieron entonces y cuáles tienen en la actualidad.
(Artículo publicado en el magazine FUERA DE SERIE- Expansión 09.01.2011) También: http://fueradeserie.expansion.com/2011/03/18/cultural/1300447084.html